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HISTORIA DEL TRATAMIENTO DE LA ALOPECIA

BREVE HISTORIA

La lucha contra la alopecia durante la historia ha viajado por miles de remedios, en la mayoría de los casos ideados y utilizados empíricamente.

 

En el antiguo Egipto el culto al pelo estaba muy extendido y era común entre las clases altas utilizar pelucas y barbas postizas. Para el tratamiento de la pérdida de pelo usaban grasa de león, de macho cabrío o íbices, mezclada con pezuñas de asno molidas y alguna proporción de extracto de serpiente, porque la asociación del cabello a la virilidad y a la fortaleza hacía pensar en estos animales.  Para un amante especial, Julio César, Cleopatra ordenaba preparar su receta familiar: grasa de oso, médula de ciervo y dientes de caballo molidos.

 

En la Grecia antigua el cabello ocupa también un lugar destacado en el cuidado de la imagen. Aquí nace el oficio de barbero y la barbería se convirtió entre los hombres en un lugar de encuentro similar al ágora. Los remedios contra la calvicie se basaban entonces en productos vegetales, desde la cebolla al Alóe vera.

Hipócrates fue el primero en observar la relación entre la hormona masculina y la calvicie: vio que las mujeres y los eunucos conservaban su cabello de por vida. El mismo no pudo, sin embargo, evitar que la pérdida de cabello le afectase.

 

Más tarde, durante la Edad Media proliferaron los brebajes, múltiples y distintos en cada lugar. Entonces se asoció el “exceso de higiene” con la alopecia, tal vez por el defluvium que se produce normalmente durante el lavado de la cabeza y por ello evitar el mismo era una de las reglas. La falta de pelo tenía connotaciones estéticas, pero sobre todo era indeseable toda vez que era uno de los síntomas de la temida y devastadora sífilis.

 

El Renacimiento supuso la entrada con fuerza de las pelucas en la escena de la estética. Los tratamientos capilares perdieron importancia, pues el objetivo de las clases altas cada vez más se centraba en afeitar la cabeza para colocar sobre ellas los más complicados ornatos. Famosa fue Isabel I de Inglaterra, con su colección de pelucas pelirrrojas y Luis XIII en la opulenta Francia, que  convirtió la peluca en moda cuando quería ocultar su alopecia.

 

Con la Edad Moderna y la Revolución industrial, los cambios en las modas hacia vestuarios cada vez más simples y cómodos desecharon las pelucas y reactivaron el interés por la conservación y restauración capilar. El progreso de la ciencia fue allanando el camino en ese sentido. Se comprobó la efectividad del azufre tópico en el tratamiento de micosis y al mismo tiempo en la dermatitis seborreica del cuero cabelludo (mucho más tarde se conocería el papel etiológico del Malasezzia furfur) asociada a la alopecia. Yema de huevo, aceite de oliva… También nació al mismo tiempo una industria fuertemente comercial que puso en el mercado miles de “crecepelos” milagrosos que llegaron a enriquecer a unos pocos y desilusionar a muchos.

 

CONTINUARA…

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